En 2004 Google anunció su proyecto de digitalización masiva de libros. Cuatro años después ha escaneado más de ocho millones de títulos y, pese a la declaración de intenciones y el aura de beatitud que acompaña sus iniciativas, subsiste la prevención del mundo editorial ante la posible instauración de un monopolio, de un intermediario global entre el lector y el libro. ¿Se trata de un temor justificado, o lo que ocurre no es más que el resultado de la dejadez y el atraso de unos actores que, al igual que ha ocurrido con la música y el cine, no han sabido correr al ritmo de los tiempos?
Una sola librería, una única biblioteca, el depósito inmaterial de la totalidad del saber que guardan los libros. Accesible en Internet de manera inmediata desde cualquier lugar del globo. Por un precio. O no. Semejante a un sueño salvo que la llave o, más bien, el pasword único de acceso a tan gigantesco almacén digital, pertenecería a una sola empresa multinacional cuyo lema Don´t be evil (No seas malo), a fin de cuentas, no es más que otro eslogan publicitario. Google ha escaneado hasta la fecha más de ocho millones de ejemplares en cien idiomas y la velocidad y magnitud del proyecto hace temer un monopolio global sobre el libro con una ventaja insalvable respecto a otras iniciativas como la Biblioteca Digital Europea (Europeana), la española Biblioteca Digital Cervantes o la recientemente inaugurada Biblioteca Digital Mundial impulsada por la Unesco.
¿Cómo empezó todo? Elemental: en una biblioteca. En concreto en la de la Universidad de Stanford donde Sergey Brin y Larry Page, dos estudiantes de informática, se conocen en 1996 y discuten sobre cómo desarrollar bibliotecas digitales. De hecho, el buscador que luego les daría la fama no fue más que una idea derivada de la necesidad de poder rastrear los contenidos de sus utópicas bibliotecas.
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En Algún Día │ Digitalización.
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