Autorretrato de Juan Marsé.

Juan Marsé será el primer catalán en recibir el Premio Cervantes. Será el próximo  jueves 23 de abril en Alcalá de Henares. El escritor leerá un discurso para la polémica sobre su «dualidad lingüística». Antes, y ya metido en prisas, nos deja en El Cultural perlas como sables sobre el cine español y la clase política. El eterno finalista sube al estrado. Ya era hora.

 

Autorretrato (II)

Juan Marsé. 

 

 

 

“Siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento. El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y sucesivas estupefacciones sufridas a los largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas. Las facciones se traban, compulsivas, antes de desmoronarse. Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón de la memoria.

 

No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro. El Coyote de Las ánimas. El jorobado del cine Delicias. El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos. Es fláccida la encanadura facial, quizá porque la larga ensoñación detrás de las máscaras imposibles, el aburrimiento y el alcohol y la luctosa telaraña franquista de casi cuarenta años abofetearon y abotargaron las mejillas y las ilusiones.

 

El tipo es bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe a mano. Y en un país en el que nadie dimite jamás, ni aún después de haber probado algunos políticos su ineptitud o su cinismo ante el pueblo, él solo piensa en dimitir de todo, incluso de esta página.

 

Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos- se va por fin al infierno. Abur”.

 

Señoras y Señores II. Barcelona, Tusquets Editores, 1988, págs, 173-174.

 

 



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