Título: Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert. | Autor: Guy de Maupassant. | Traducción: Manuel Arranz. | Editorial: Periférica. | Colección: Pequeños tratados. | ISBN: 978-84-936926-2-9 | Precio: 14 € | Páginas: 136. | Prólogo del traductor en PDF
Siguiendo el loable itinerario de publicaciones que la Editorial Periférica viene revalidando desde su creación, han sido recuperados en ”Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert” dos ensayos que Guy de Maupassant escribió, en 1884 y en 1890, acerca de quien fue su maestro y amigo. El primero de estos ensayos se divide a su vez en dos textos de notable interés. En primer lugar el extenso prefacio aparecido en las “Lettres de Gustave Flaubert à George Sand”, que se publicaron en Ediciones Charpentier, y en el cual Maupassant comienza por trazar una semblanza biográfica donde no faltan anécdotas recogidas en otros artículos, como la del tardío aprendizaje en la lectura de quien llegó a convertirse en uno de los escritores esenciales de la literatura contemporánea, o su desagrado, ya adulto, hacia el movimiento en general -«Sólo se puede pensar y escribir sentado»-. Después de analizar de manera tan concisa como lúcida las obras más importantes de Flaubert, Maupassant subdivide nuevamente la parte primera de la primera parte -no se preocupen, no se hallan en la noche operística de los hermanos Marx- en dos últimas partes (de la primera parte).
Por un lado nos ofrece algunas de las notas que Flaubert iba tomando en torno a la estupidez humana, las cuales había ido clasificando bajo encabezamientos variopintos como Filosofía, Moral, Religión, Estética o Ejemplos de estilo. En este último grupo, podemos leer en Estilo de los Soberanos, frases tan jugosas como «La riqueza de un país depende de la prosperidad general» (Louis Napoleon); en Estilo Católico: «Las inundaciones del Loira se deben a los excesos de la prensa y al hecho de no cumplir con las fiestas de guardar» (Obispo de Metz). No faltan tampoco ejemplos suculentos en Meteduras de Pata Históricas o en Ideas Científicas:
Las mujeres en Egipto se prostituían públicamente para los cocodrilos» (Proudhon) o «Al melón la naturaleza lo ha dividido en rajas con el fin de que pueda ser comido en familia; la calabaza, al ser más gruesa, puede comerse con los vecinos» (Bernardin de Saint-Pierre).
Plan de relato. En cuanto a la última parte (no contratante) de la primera parte, está dedicada al plan de un relato que Flaubert pensaba incluir en su volumen de la antología del disparate.
En la parte final del primer ensayo (es decir, la última parte de la segunda parte de la primera parte), Maupassant nos habla del Flaubert artista. Tras argumentar que no todo escritor puede ser considerado como un artista, teoriza acerca del «éxtasis que pueden proporcionarnos determinadas obras de Baudelaire, de Victor Hugo, de Leconte de Lisle», e incide en la obsesión de Flaubert por el Estilo: para el genio de Rouen, sólo existía una manera de definir un acontecimiento cualquiera, al cual correspondía, de entre todos los verbos, adjetivos o sustantivos existentes en la lengua francesa, uno solo, explícito e insustituible, susceptible de representar de modo absolutamente fidedigno la escena de rigor. Esta casi enfermiza meticulosidad de Flaubert a la hora de rastrear el vocablo exacto, único, y no aceptar nunca un sinónimo -los epítetos constituían su debilidad-, explica esa mezcla de tormento pasional y de respetuosa dignidad que para él representaba sentarse frente a su mesa de trabajo: «se ponía a escribir, lentamente, deteniéndose cada poco, volviendo a empezar, tachando, corrigiendo, llenando los márgenes, escribiendo palabras del revés, emborronando veinte páginas para acabar una, gimiendo como un leñador por el penoso esfuerzo de su pensamiento».
Estupidez humana. Resulta particularmente interesante (en esta última parte de la segunda parte de la primera parte), la descripción de la cotidianeidad de Flaubert en su propiedad de Croisset, cerca de Rouen, donde el creador de Madame Bovary pasaría la mayor parte de su vida, batallando con las palabras y con esa misantropía melancólica que siempre le caracterizó y que Maupassant atribuye a su constante comprobación de la estupidez humana. Tuvo sin embargo Flaubert grandes amigos, a los que recibía, cuando se hallaba en París, en su salón dominical: Turguéniev, Daudet, Zola, Goncourt y tantos otros.
La segunda parte del libro está constituida por un solo texto breve que fue publicado en noviembre de 1890 en “L’Écho de Paris”, y que empieza de la siguiente manera: «He publicado ya todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert como escritor. Hablaré ahora un poco del hombre, pero como a él no le gustaban las revelaciones de ninguna clase, no haré ninguna indiscreta». Efectivamente, no encontraremos en esta póstuma evaluación de la vida privada de Flaubert no sólo la menor indiscreción sino esencialmente la aseveración de Maupassant de que la vida del Artista había sido tan completa en sí misma que apenas había dejado lugar al Hombre: «Estuvo durante toda su vida dominado por una única pasión y dos amores: la pasión fue la prosa francesa; uno de los amores su madre, el otro los libros».
Si se hallan ustedes entre los incondicionales de Flaubert, este doble ensayo les resultará de una exquisitez vivificante; si, además, Maupassant figura entre sus escritores, si no de cabecera al menos de chaise-longue, el placer literario les queda garantizado.
Categorías:Libros
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