“No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna, o dígase la Providencia, gobierna de tal modo las cosas del mundo, que a los hombres no les es dable, con su prudencia, dominar lo que tienen de adverso esas cosas, y hasta que no existe remedio alguno que oponerles. Con arreglo a semejante fatalismo, llegan a juzgar que es en balde fatigarse mucho en las ocasiones temerosas, y que vale más dejarse llevar entonces por los caprichos de la suerte. Esta opinión goza de cierto crédito en nuestra época a causa de las grandes mudanzas que, fuera de toda conjetura humana, se vieron y se ven cada día. Yo mismo, reflexionando sobre ello, me incliné en alguna manera a la indicada opinión. Sin embargo, como nuestro libre albedrío no queda completamente anonadado, estimo que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también que nos deja gobernar la otra mitad, o, a lo menos, una buena parte de ellas. La fortuna me parece comparable a un río fatal que cuando se embravece inunda llanuras, echa a tierra árboles y edificios, arranca terreno de un paraje para llevarlo a otro. Todos huyen a la vista de él y todos ceden a su furia, sin poder resistirle. Y, no obstante, por muy formidable que su pujanza sea, los hombres, cuando el tiempo está en calma, pueden tomar precauciones contra semejante río construyendo diques y esclusas, para que al crecer de nuevo se vea forzado a correr por un canal, o por lo menos, para que no resulte su fogosidad tan anárquica y tan dañosa. Pues con la fortuna sucede lo mismo. No ostenta su dominación más que cuando encuentra un alma y una virtud preparadas, porque cuando las encuentra tales vuelve su violencia hacia la parte en que sabe que no hay muros ni otras defensas capaces de contenerla. Ahora bien: si pensamos en Italia, que es teatro de parecidas revoluciones y el receptáculo que les da impulso, vemos que es una campiña sin diques y sin esclusas de ninguna clase. Si hubiera estado preservada por virtudes militares y cívicas, como lo están Alemania, Francia y España, la inundación de tropas extranjeras que sufrió no hubiese ocasionado las grandes mudanzas que ha experimentado, y ni siquiera la inundación hubiera venido. Y basta esta reflexión para lo concerniente a la necesidad de oponerse a la fortuna en general”.
Fragmento de “El Príncipe”, de Nicolás Maquiavelo. Capítulo XXVI. Edición Original 1513.
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La fortuna sin la prudencia , rio bravo que anega hasta la misma razón humana.
El tema tratado es interesante, porque existe el hecho fortuito que puede ser amigo de la fortuna a través del golpe de suerte.