Historias Paralelas: La Torre de Babel.

Es cosa sabida que la leyenda sumeria de la Torre de Babel, recogida a su manera por el Antiguo Testamento y representada en múltiples pinturas desde entonces, ha dado lugar a sucesivas especulaciones sobre el origen del lenguaje y la diversidad apabullante de las lenguas. Es un motivo polivalente ligado de manera imaginaria a la problemática del lenguaje y así lo han evocado teólogos, filósofos, lingüistas y creadores de todo orden, tan diversos como por ejemplo J. L. Borges en “La biblioteca de Babel, Franz Kafka en “El escudo de la ciudad”, Jacques Derrida en “Torres de Babel”, Fritz Lang en el film Metrópolis y hasta el cantante popular francés Guy Béart.

La torre de Babel. Kunst Historiches Museum. Viena. 1563.

P. Brueghel: La torre de Babel. Kunst Historiches Museum. Viena. 1563.

Historia I:

1 Tenía entonces toda la Tierra una sola lengua y unas mismas palabras.

2 Y aconteció que, como se partieron de oriente, hallaron una vega en la tierra de Shinar, y asentaron allí.

4 Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra.

5 Y descendió Jehová para ver la ciudad y la torre que edificaban los hijos de los hombres.

6 Y dijo Jehová: He aquí el pueblo es uno, y todos estos tienen un solo lenguaje; y han comenzado la obra, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensando hacer.

7 Ahora pues, descendamos, y confundamos allí sus lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero.

8 Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la Tierra, y dejaron de edificar la ciudad.

9 Por esto fue llamado el nombre de ella Babel, porque allí confundió Jehová el lenguaje de toda la tierra, y desde allí los esparció sobre la faz de toda la tierra.

© La Torre de Babel. Génesis 11:1-9

Historia II:

«En un principio no faltó la organización en las disposiciones para construir la Torre de Babel; de hecho, quizás el orden era excesivo. Se pensó demasiado en guías, intérpretes, alojamientos para obreros y vías de comunicación, como si se dispusiera de siglos. En esos tiempos, la opinión general era que no se podía construir con demasiada lentitud; un poco más y hubieran abandonado todo, y hasta desistido de echar los cimientos. La gente razonaba de esta manera: lo esencial de la empresa es el pensamiento de construir una torre que llegue al cielo. Lo demás es del todo secundario. Ese pensamiento, una vez comprendida su grandeza, es inolvidable: mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. Por consiguiente no debe preocuparnos el futuro. Al contrario: el saber de los hombres adelanta, la arquitectura ha progresado y seguirá progresando; de aquí a cien años el trabajo para el que precisamos un año se hará tal vez en pocos meses, y más resistente, mejor. Entonces, ¿a qué agotarnos ahora? Eso tendría sentido si cupiera la esperanza de que la torre quedará terminada en el espacio de una generación. Esa esperanza era imposible. Lo más creíble era que la nueva generación, con sus conocimientos superiores, condenara el trabajo de la generación anterior y demoliera todo lo adelantado, para recomenzar. Tales pensamientos paralizaron las energías, y se pensó menos en construir la torre que en construir una ciudad para los obreros. Cada nacionalidad quería el mejor barrio, y esto dio lugar a disputas que culminaban en peleas sangrientas. Esas peleas no tenían fin; algunos dirigentes opinaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre y otros que más valía aguardar que se reestableciera la paz. Pero no sólo en pelear pasaban el tiempo; en las treguas se dedicaban a embellecer la ciudad, lo que provocaba nuevas envidias y nuevas peleas. Así pasó la era de la primera generación, pero ninguna de las siguientes fue distinta; sólo aumentó la destreza técnica y con ella el ansia guerrera. Aunque la segunda o tercera generación reconoció la insensatez de una torre que llegara hasta el cielo, ya estaban demasiado comprometidos para abandonar los trabajos y la ciudad.

El vaticinio de que cinco golpes sucesivos de un puño gigantesco aniquilarán la ciudad, está presente en todas las leyendas y cantos de esa ciudad. Por esa razón el escudo de armas de la ciudad incluye un puño.

© “El escudo de la ciudad” de Franz Kafka [Texto completo, 1917]

En Algún día: Franz Kafka.



Categorías:Andanzas

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4 respuestas

  1. creo que es ipostane estas historia noi porque sea de la biblia sino porque es interesante y relata talves lo que ocurrio en la antiguedad no cren.

  2. quiza otro dia les dè sus medidas y su uhbicacion y el nombre del doctor quien lo encontro

  3. es una inmensa obra construida por los babilonios pero en su corazon tenian el orgullo y eso no le agrado a Dios y por ello los confundio en su lenguaje bueno pues es una linda historia

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