Desde su creación por Conan Doyle, de cuyo nacimiento se cumplirán 150 años el día 22 de Mayo, muchos han sido los personajes inspirados en Sherlock Holmes. Héroes de la literatura, el cine y la televisión que han crecido a su sombra.
Texto: Rodrigo Fresán. ABCD.es. Número: 902– 10.05.2009.
Meses atrás circuló el rumor que se había interrumpido el rodaje de Sherlock Holmes -dirigida por Guy «Madonna» Ritche con Robert Downey Jr. como el gran detective y Jude Law como su gran ayudante- porque a los productores les había incomodado lo que habían visto en el material ya filmado de esta «reinvención» del mito: un Holmes peleador, más físico que mental, y peligrosamente cercano a un personaje de James Ellroy. Haya sido esto verdad o no, lo cierto es que con Holmes no se juega más allá de que -como todo arquetipo fundacional- haya sido manipulado una y otra vez hasta, en ocasiones, alterar sin remedio el peso de las pruebas.
Así, el primer auténtico descendiente de Sherlock Holmes es Sherlock Holmes mismo. Para empezar, Sir Arthur Conan Doyle se ve obligado a «resucitarlo» por clamor e indignación popular y, desde entonces, abundan los homenajes y pastiches y variaciones que muestran a un joven Holmes producido por Spielberg, o luchando contra Drácula, o contra un profesor Moriarty que resulta ser un atemorizado ex amante de su madre, o contra Jack el Destripador, o contra los embates seductores de una secretaria a la que le gusta meterse en problemas; e, incluso, descubriéndonos que su potencia cerebral se debe a que él viene desde un futuro lejano.
Navaja suiza. Más allá de gracias ingeniosas y mamarrachos, la verdadera descendencia de Holmes se mide no en el parecido de sus hijos y nietos y bisnietos y tataranietos, sino en el amor y la dedicación con que reflejan y repiten ciertos motivos y gestos. Así, Holmes -quien no duda en mofarse de sus antepasados directos, el Auguste Dupin de Poe y el Monsieur Lecoq de Emile Gaboriau en el debut de Estudio en escarlata (1887)- propone varias novedades que hoy son ya nobles lugares comunes: la personalidad histriónica y el comportamiento excéntrico, las múltiples imprevisibles habilidades que hacen del detective el equivalente de una navaja suiza con múltiples prestaciones, la adquisición de un socio/colega/testigo que funcione como narrador y complemento, representando al lector y/o espectador, y la idea de que el investigador siempre será mucho más interesante que aquello que investiga.
Agente especial. Evidencia irrefutable de esto es la exitosa trilogía Millenium, de Stieg Larsson, donde se enfrentan y complementan y se acaban confundiendo la ética de un periodista de investigación con la pulsión fuera de la ley de una hacker bastante freak.
El paso del tiempo nos trajo a Sherlocks apenas disimulados -el más célebre quizá sea el Hercules Poirot de Agatha Christie-; y, por estos días, seguramente su descendiente más logrado sea el agente especial del FBI Aloysius X. L. Pendergast. Personaje creado por los norteamericanos Douglas Preston y Lincoln Child en La reliquia (1995) y quien retorna la semana entrante con la publicación en EE.UU. de Cemetery Dance. Pendergast es un profesional todoterreno que combina la deducción casi einsteniana con la filosofía zen y una afición al té verde y el cuidado de bonsáis. También tiene su propio Watson en la figura del policía Vincent D`Agosta. Y un hermano loco -variable del todavía más inteligente Mycroft Holmes- con el que se bate a lo largo y ancho del mundo.
En la televisión, personajes infrasuperdotados como Colombo y Monk han subrayado uno de los aspectos esenciales de Holmes: el pensar captando una longitud de banda que no logra sintonizar el resto de los mortales. Este perfil aparece con gran fuerza en lo que probablemente sea una de sus aproximaciones más astutas a la vez que descaradas: House. Allí, el genio médico y sociópata de Gregory House es el sabueso deductivo de Baker Street trasladado a un hospital de Princeton donde la afición a la cocaína ha sido suplantada por el Vicodin, el violín ha mutado en guitarra eléctrica, y los villanos son enfermedades de doble apellido. Y gran parte del placer no pasa por el diagnóstico del paciente, sino por el modo en que lo maltrata mientras humilla a un puñado de watsonianos subalternos. Es en House donde se pone en evidencia uno de los pilares argumentales de lo que podría ser denominado Neoholmesismo: así, en los albores del tercer milenio, la capacidad unplugged aunque eléctrica de hacer bailar neuronas para asociar ideas y móviles se ha visto potenciada y enrarecida (comprender buena parte de lo que se discute por los pasillos y consultorios de House es incomprensible para la mayoría de sus fans) por la compulsión high-tech de los deducidores profesionales.
Malos tecnificados. De este modo, las rarezas de los protagonistas de shows como Bones y CSI se ven empequeñecidas por la sofisticación de las máquinas. De tanto en tanto, sí, pone a funcionar la cabeza, casi artesanalmente y con toques new-age, gente como El mentalista. Pero son los menos. Y es que hasta los «malos» se han tecnificado. De ahí que el villano Moriarty -contracara siamesa de Holmes, que enseguida continuaría con el Arsenio Lupin de Maurice Leblanc y se prolongaría con la amoralidad del Tom Ripley de Patricia Highsmith – hoy haya virado a asesinos en serie como Hannibal Lecter y Dexter Morgan.
La sombra de Holmes es, sí, larga y afilada, y hasta es posible que James Bond y Batman sean una suerte de polución nocturna soñada por el peor compañero de piso que pueda tocarte en suerte; pero – lo sabe Watson – también es el personaje más apasionante al que acompañar calle abajo cuando «empieza la partida». Una partida que no ha dejado de jugarse desde hace tanto tiempo en Londres y alrededores, donde -por suerte- aquella elemental niebla nunca se ha levantado del todo.
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