Texto: Antonio Soler. Diario Sur. 14.03.2010.
«Le han echado rosas y espigas al féretro de Miguel Delibes. En realidad es lo que él hizo siempre con Castilla y con España. Nos echó rosas y espigas para que germinaran el pan literario y la belleza del lenguaje. Delibes en verdad había muerto tiempo atrás. Cuando le puso el punto y final a «El hereje», era ya un no-muerto. La hiedra fría que durante años fue subiendo por la butaca de su piso alto de Valladolid empezó a enredarse en sus piernas años atrás, cuando su mujer murió y Delibes comenzó a vivir con desgana. Notando, con su pesimismo lúcido, que para él la vida había iniciado su época de demolición.
Desde el principio, desde “La sombra del ciprés es alargada”, Miguel Delibes fue un pesimista empeñado en contradecirse, porque cada libro suyo era una apuesta por la vida y por los que de partida la tenían perdida. Un empeño que duró medio siglo y que abandonó no por desidia sino porque comprendió que ya todo iba a ser abaratamiento. Uno lo vio allí, en su piso vallisoletano, un día de marzo, haciendo una discreta ostentación de su naufragio, ya sin escribir, mirando la vida pasar al otro lado de unos visillos y con el arcoiris de la colección Ancora y Delfín de la editorial Destino donde fueron apareciendo todos sus trabajos a su espalda. Ese día Miguel Delibes nos pareció la metáfora de un héroe mitológico al que los dioses hubieran desposeído de sus atributos olímpicos. Más héroe todavía en su desvalimiento. Generoso, bueno y algo corrosivo. Como esos protagonistas suyos de los campos y las calles de Castilla. Delibes inventó Castilla. Reforzó su arquitectura. Fue el padre de los débiles e hizo de la piedad un género literario. Su talento como novelista vino, entre otros, por ese camino. La piedad es la consecuencia inmediata de la comprensión. Y muy pocos autores del siglo XX comprendieron al hombre tan bien como él, sus miserias cotidianas, sus deseos ocultos, ese calor pequeño y único que arde en el corazón de cualquiera. Cualquiera pudo ser y fue héroe en sus manos.
No se trataba del viejo y gastado compromiso de la novela social, Delibes nunca tocó en ninguna banda. Fue un solista incansable. Su compromiso estaba en el propio germen de su escritura. Lo suyo ha sido un existencialismo desnudo y mesetario, apartado de la orilla izquierda del Sena y de la sombra de la torre Eiffel, pero existencialismo al cabo. El hombre sin Dios, el hombre consigo mismo, con una pasión y un paisaje. «Las ratas» o el magnífico «Diario de un cazador», los chavales perdidos de “El camino”. Es la hora de las rosas y las espigas para ese hombre que siempre fue un ejemplo de dignidad en un campo y unos tiempos tan dados a la prepotencia. Al final, la voz de ‘Maestro’ al paso de su ataúd es otra contradición, un grito de esperanza. La señal de que alguna de sus espigas germinaron».
En Algún Día: Antonio Soler.
Categorías:Pareceres
Enhorabuena a Antonio Soler por plasmar con tanta belleza y sentimiento la decadencia de un hombre que tanto ha dado.
Te sigo desde hace tiempo.
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Un saludo,
Gracias, nos pasaremos de vez en cuando a leer sus reflexiones…. Un saludo,