Sin Palabras.

Mudo. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 12.04.2009.

 

«Un día, siendo niño, de pronto dejé de hablar. No lo hice por nada en especial, no fue una queja, ni un arrebato de rabia. Simplemente dejé de encontrarle sentido a las palabras. Miraba a mis padres sin decir nada. Cuando me preguntaba por cualquier cosa, yo continuaba frente a ellos en silencio, como si los viera por primera vez y su presencia me produjera vergüenza. Me llevaron al médico. Durante la consulta permanecí mudo. No respondí a las preguntas. No me alteré cuando el doctor me ordenó que abriera la boca ni cuando me enfocó con la linterna el iris de los ojos. Al final, el médico entregó a mis padres una nota de su puño y letra para que me recibiera un especialista famoso que tampoco consiguió arrancarme ninguna palabra ni descubrir el motivo de mi mudez.

 

Yo seguía siendo un niño alegre al que no parecía afectarle aquella extraña enfermedad. A lo largo de varias semanas me convertí en el centro de atención no sólo de mi familia y amigos sino también del colegio y del barrio entero. Incluso me llevaron a Lourdes para pedirle a la Virgen que obrara el milagro de devolverme la voz. Y un periódico local se hizo eco de la noticia.

 

Recuerdo que me fastidiaba y me daba pena que mis padres sufrieran por el simple hecho de que yo estuviera todo el tiempo callado, pero no podía hacer nada por remediarlo. Me acostumbré a no hablar y la verdad es que cada vez me costaba más romper el silencio. Estaba seguro de que si pronunciaba una sola palabra se pondrían todos muy contentos al principio pero al cabo de unas horas la vida volvería a la rutina de siempre. En el fondo tenía la sensación de ser una especie de animador encargado de alegrar la monotonía cotidiana. Al estar pendientes de mí, mis padres no reñían entre ellos y los pequeños problemas domésticos pasaron a un segundo plano.

 

¿Qué importancia podía tener cualquier sandez ante la desgracia de que un hijo pierda el don del habla? Al cabo de un par de meses de silencio, descubrí que mi afición era contagiosa. Mis padres, poco a poco, también dejaron de hablar. Nos movíamos los tres como fantasmas por las habitaciones. Los quehaceres de la casa se hacían sin ruido. Mi madre no ponía la radio ni cantaba como había hecho siempre. Reinaba en la casa un silencio maravilloso.

 

Al cabo de medio año, mis padres sucumbieron a la dolorosa realidad de que su hijo se había vuelto mudo. A partir de ese momento, las cosas empezaron a complicarse. Lo primero que hicieron fue llevarme a un colegio de sordomudos. Ellos volvieron a hablar con total normalidad, como si la tristeza por la desgracia tuviera fecha de caducidad. Entonces me rebelé y rompí a hablar. Lo único que conseguí fue que me cambiaran de nuevo de colegio y que pasara los recreos en un patio ensordecedor».

 



Categorías:Pareceres

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1 respuesta

  1. Escribí en un cuento (muy corto) ¿Cuándo las palabras volverán a tener sentido?…

    No recuerdo dónde guardé el cuento pero no he podido olvidar que crecí (…) en un patio -de un silencio- ensordecedor…

    Gracias. Magnífico texto.

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