El autor de Lolita quiso quemar El original de Laura, su última e inconclusa nouvelle que acaba de ser publicada. Uno de sus grandes admiradores, Martin Amis, despedaza ese texto póstumo y aprovecha para criticar puntos oscuros en la obra de este verdadero genio. Una clase magistral de literatura:
“Nabokov había compuesto The Original of Laura, o lo que tenemos del libro, contra el reloj que marcaba su sentencia (una serie de espantosas caídas, después infecciones hospitalarias, después un colapso bronquial). No es «una novela en fragmentos», tal como afirma la cubierta: es inmediatamente reconocible como un cuento largo que se debate por convertirse en novela corta. En esta suntuosa edición, cada página par está en blanco y cada página impar reproduce el manuscrito de Nabokov, con su letra vigorosa y su frágil ortografía («bycyle», «stomack», «surprize» por bicycle, stomach, surprise), más el texto tipográfico (e infestado de corchetes). Me atrevo a decir que es lindo ver de cerca esas fichas mundialmente famosas, pero en realidad hay muy pocas cosas en Laura… que quedan resonando en la mente. «Los sordos ruidos y estallidos de la aurora habían empezado a sobresaltar la fría ciudad brumosa»: en esto escuchamos un eco de la música nabokoviana. Y en lo que sigue atisbamos el cómico e intrépido desdén nabokoviano por nuestra «abyecta corporalidad»:
Aborrezco mi vientre, ese baúl lleno de tripas que tengo que cargar conmigo, y todo lo relacionado con él… la comida equivocada, la acidez, el peso plomizo de la constipación, o si no la indigestión con una primera cuota de caliente inmundicia que mana de mí en un baño público…
Por lo demás y en general, Laura… se encuentra a mitad de camino entre la larva y la crisálida (por emplear una metáfora lepidopterológica), y muy lejos de su imago final.
… ella acosaba mi sueño pero aparecía allí con disfraces extraños y absurdos como Valeria o Charlotte [sus ex esposas], o una mezcla de las dos. Ese fantasma complejo venía a mí, despojándose de sus prendas una tras otra, en una atmósfera de gran melancolía y repugnancia, y se reclinaba en torpe actitud invitante en algún anaquel estrecho o duro sofá, con sus carnes entreabiertas como la válvula de goma de la cámara de una pelota de fútbol. Me encontraba, con la dentadura postiza rota o perdida sin esperanzas, en horribles piezas amuebladas, donde me recibían con tediosas fiestas de vivisección que generalmente terminaban con Charlotte o Valeria llorando entre mis brazos sangrantes y tiernamente besadas por mis labios fraternos en un confuso sueño de baratijas vienesas subastadas, lástima, impotencia y las pelucas marrones de trágicas ancianas que acababan de morir en la cámara de gas.
Aparte de una celebratoria acogida de interés en la obra, lo único que conseguirá esto, me temo, es una leve exacerbación de algo que ya es un problema infernal. Es infernal, para mí, porque no cedo ante nadie en mi amor por este enorme genio, extraordinariamente inspirador. Y sin embargo, Nabokov, en su decadencia, obliga incluso a su lector más entusiasta a encarnar el tipo de crítico que él mismo más despreciaba: el vulgar piadoso, «el maligno hurón interesado en lo humano», es decir, el filisteo. No hay casi nada en Laura… que califique como un tema (es decir, como un motivo estructural o al menos recurrente). Pero sí advertimos la aparición de un cierto Hubert H. Hubert (un maloliente inglés que se babea sobre la cama de una preadolescente), advertimos a la vampiresa de 24 años con pechos de 12 años («el guiño de pálidos pezones y formas firmes»), y también advertimos el febril sueño sobre un amor juvenil («su pequeño trasero, tan terso, tan luz de luna»). En otras palabras, Laura… se une a El hechicero (1939), Lolita (1955), Ada o el ardor (1970), Cosas transparentes (1972) y ¡Mira los arlequines! (1974) porque resulta imposible ignorar que se vincula con la expoliación sexual de chicas muy jóvenes”.
Leer artículo completo en ADNcultura.
En busca del original de Nabokov. Laberinto.
Categorías:Artículos
Deja una respuesta