La leyenda de Hipatia.

Hipatia, filósofa en la Alejandría del siglo V, es una figura atrayente por su calidad intelectual, su rectitud de vida y por su trágica muerte. A partir del siglo XVIII, su imagen ha sido vestida con diversos ropajes, según las tendencias de la época: en la Ilustración, como heroína de la razón frente a la religión revelada; en el romanticismo, como idealización del paganismo contrapuesto a la civilización cristiana; y, últimamente, como víctima de la misoginia. Ahora vuelve a la actualidad con la película Ágora, del director español Alejandro Amenábar.

Texto: Luis Alberto de Cuenca. ABCD.es. 04.10.2009- Número:918

Por obra y gracia de la película Ágora, de Alejandro Amenábar (que tanto está dando que hablar por su elevado presupuesto), hay una dama de la Antigüedad que está a punto de colarse en los cuartos de estar de todos los españoles. Poco sabemos de ella, aunque existen libros sesudos al respecto publicados en español que desmenuzan cuantos datos, por mínimos que sean, han llegado a nosotros sobre su biografía, como el de Maria Dzielska (“Hipatia de Alejandría”, Siruela, 2004; mucho antes, pues, de la moda amenabariana) o el recentísimo Hipatia, de Clelia Martínez Maza, profesora de historia antigua de la Universidad de Málaga (La Esfera de los Libros, 2009), del que ya me he ocupado hace unos meses en estas mismas páginas en compañía de La conspiración Piscis, la bonita novela de Magdalena Lasala basada en la protagonista de Ágora.

Hija de Teón. Ya en el terreno de la pura ficción literaria, citaré, sin pretensión alguna de exhaustividad, las semblanzas biográficas de la filósofa alejandrina que tengo encima de la mesa: Hypatia (1853), novela del autor victoriano Charles Kingsley (sí, el autor de Los niños del agua, un auténtico crack de la literatura infantil accesible ahora en castellano gracias a Rey Lear), que fuera traducida al español como “Hipatia o los últimos esfuerzos del paganismo en Alejandría” (1857), rara edición, enriquecida con grabados, que no hacía constar nombre de autor en portada; “La perra de Alejandría” (2003), de la estupenda novelista valenciana Pilar Pedraza (Valdemar), o la sugerente novela “La última noche de Hipatia” (2009), de Eduardo Vaquerizo (Alamut), aparecida en librerías hace unas semanas.

La tal Hipatia fue una dama nacida hacia 355 después de Cristo en Alejandría e hija de un famoso matemático llamado Teón, cuyo floruit puede datarse en los años sesenta del siglo IV y del que se nos han transmitido, parcialmente, unos célebres “Comentarios al Almagesto” de Ptolomeo. Hipatia, que sabía tantas matemáticas, astronomía y filosofía como su padre, llegó a colaborar con su progenitor en la revisión del tercer libro de los citados Comentarios, y redactó otros, ya en solitario, sobre la obra de Diofanto de Alejandría y de Apolonio de Pérgamo que no se han conservado. Junto a su tarea investigadora, desarrolló una labor pedagógica muy intensa, ejerciendo en Alejandría como maestra de filosofía en una escuela pagana neoplatónica por ella regentada y muy concurrida.

Glosas eruditas. Oigamos lo que dice de Hipatia el gran Edward Gibbon, a finales del siglo XVIII, en el capítulo XLVII de su inmortal “Decline and Fall of the Roman Empire”: «Hipatia, hija de Teón el matemático, se impuso en los estudios del padre, despejando con sus glosas eruditas la geometría de Apolonio y Diofanto, y estuvo enseñando públicamente en Alejandría la filosofía de Platón y de Aristóteles. Hermosa y lozana, y cabal en su sabiduría, su recato se desentendió de amadores y se dedicó por entero a sus discípulos, entre los que se contaba Sinesio de Cirene, futuro obispo de Ptolemaida; todos los ricos de Alejandría querían aprender de la filósofa, y el futuro San Cirilo, patriarca por aquel entonces de Alejandría, envidiaba el boato de la comitiva que se agolpaba con caballos y esclavos en los umbrales de la escuela que Hipatia regentaba. De manera que un día de Cuaresma de 415 A. D. arrebatan a Hipatia del carruaje, la desnudan, la arrastran a la iglesia y, una vez allí, las manos de Pedro el lector y las de una gavilla de fanáticos forajidos la atenacean y la descuartizan, raspando la carne de sus huesos con cantos agudos de conchas de ostras, y arrojan sus miembros palpitantes a las llamas» (cito por la traducción decimonónica de José Mor de Fuentes).

No eran aquellos tiempos de especial buen entendimiento entre paganos en decadencia y cristianos al alza, lo que facilitó el tránsito de la sapientísima y paganísima Hipatia al Olimpo de los «otros» mártires. Gibbon se inspira en la Historia Ecclesiastica de Sócrates Escolástico, que nos cuenta cómo una enloquecida muchedumbre de progreso de la época (no olvidemos que los cristianos eran entonces los «modernos» de la película) hizo todo tipo de barbaridades con Hipatia. No sabemos a ciencia cierta el papel desempeñado por San Cirilo en el poco edificante comportamiento de las hordas. Tal vez fuese el cerebro de la operación, como postula Gibbon siguiendo a Sócrates Escolástico. Tal vez no tuvo nada que ver. Lo cierto es que se le ha colgado el sambenito de la culpa en la horrible muerte de Hipatia.

Discípulo enamorado. Hay que decir que la historiografía e iconografía nos presentan a la filósofa rozagante y en la flor de la juventud en el momento de su muerte, para dar más glamour a su asesinato, pero lo más probable es que muriese con cerca de sesenta años, una edad lo suficientemente provecta como para no ir por ahí despertando pasiones. Antes del sádico destrozo, y si hemos de atenernos al retrato que de ella traza Rafael en su celebérrimo fresco vaticano La escuela de Atenas o a la maravillosa recreación del prerrafaelita Charles William Mitchell, Hipatia era una treintañera guapísima, tan rubia y tan estilizada como la Venus de Botticelli. En un relato de un tal Toland, publicado en Londres en 1720 y pomposamente rotulado “Hipatia, o la historia de una dama de gran belleza, virtud y sabiduría que fue descuartizada por el clero de Alejandría para satisfacer la crueldad del arzobispo San Cirilo”, se cuenta que un discípulo se enamoró de su maestra, y que Hipatia, incomodada por la vehemencia de su enamorado, le arrojó a la cara un paño higiénico previamente usado por ella, diciéndole en plan neoplatónico: «Esto es lo que tú amas, joven tonto, y no algo que es bello en sí mismo». No sé si Amenábar recogerá este lanzamiento de compresa en su film, pero sería divertido que lo hiciese.

Más información: Hipatia de Alejandría: historia y leyenda. – Antonio Barnés Vázquez. Aceprensa. 25.09.2009.

En El Testigo ocular (Bitácora de Luis Manuel Ruiz):
Hipatitis, 1
Hipatitis, 2: el espíritu de Platón y el cuerpo de Afrodita.
Hipatitis, 3: la hija de Teón.
Hipatitis, y 4: Tormenta sobre Alejandría.



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