Se cumple el primer centenario del nacimiento de Norberto Bobbio (Turín, 1909-2004). Jurista, político y brillante pensador, se le llamó el «Filósofo de la democracia» y su obra es una geografía compleja de inquietudes y planos dispares.
Noberto Bobbio, el último romano. Texto: José María Lassalle. ABCD.es. 18.10.2009 – Número: 920.
Su rostro parecía cincelado con el contorno de un busto senatorial. Envuelto en la túnica de una dignidad patricia, Norberto Bobbio mostraba la severidad ejemplar de aquella mítica República romana que ensalzaron Polibio, Tito Livio o Cicerón. Quizá por eso miraba las cosas desde la templanza del estoico, puesto a prueba por un siglo contradictorio, en el que las dentelladas del totalitarismo plagaron de sufrimiento la civilización europea a la que tanto amaba.
Pesimista activo, Bobbio contribuyó con su labor de intelectual a que la decencia de las sociedades libres ganara la batalla a la presión que sobre ella ejerció el corazón de las tinieblas que emergió del inconsciente del periodo de entreguerras. Lo hizo desde sus propias miserias, desde las cenizas de un alma que sintió la tentación del servilismo y la hipocresía, como reconoció cuando se supo que había escrito en su juventud una carta al Duce en la que le pedía que intercediera por él tras ser detenido por su oposición al fascismo. Quizá por eso insistía en su Autobiografía que el pesimismo era una especie de deber civil, porque «sólo un pesimismo radical de la razón puede despertar algún temblor de esos que, de una parte a otra, demuestran no advertir que el sueño de la razón engendra monstruos». Consciente de que la antropología humana jugaba siempre una mala pasada a la falsa fortaleza de la ética, la labor que desarrolló en la Universidad se volcó con energía titánica en la defensa del Derecho con mayúsculas kelsenianas.
Por este empeño cavó una trinchera institucional desde la que defender la cultura cívica y los derechos frente a la violencia espontánea que impera en la naturaleza. Resulta gratificante ver su imagen chapoteando en el lodazal de la existencia mientras adecentaba un suelo lo suficientemente acogedor como para alojar a los hombres necesitados de libertad y justicia. Su aproximación a los clásicos hizo que buscara interlocutores entre Maquiavelo, Hobbes y Marx, pero sin renunciar a una vocación liberal que no dudó en matizar, llevado por los recelos de una interpretación que introducía tantas sombras sobre aquélla que hacía de él un socialista liberal a la manera de Carlo Rosselli. La obra de Bobbio es una geografía compleja de inquietudes y planos dispares. No es fácil aproximarse a ella, a pesar de que su estilo quiso ser fiel al positivismo jurídico que había abrazado. De ahí que su pensamiento exhiba una tensa fisonomía que parece a veces cristalizada a la fuerza. Una fisonomía donde se nota demasiado que, aunque habla con las maneras de Kelsen, el aliento que brota de su voz lleva consigo la sonoridad perversa de su verdadero progenitor: Hobbes. Probablemente en esta dialéctica inconsciente está la explicación de su obsesión por las grandes dicotomías: derecho y fuerza; máquina y organismo; estabilidad y cambio; público y privado; obediencia y revolución; legalidad y legitimidad; sociedad civil y Estado.
A hombros de este difícil equilibrio su pensamiento fue una especie de pulso de la razón frente a la realidad. Esta escabrosa dicción acompañó sus ideas, contribuyendo a que asumieran una decantación que las hizo (?) y hace( ?) atractivas para todo aquel que quiera explorar los ecos y murmullos que desprende la política y el derecho en el seno de las democracias. Aquí está la clave de que celebremos su biografía y que destaquemos su profunda y polifacética sabiduría.
Cien años después de su nacimiento y tras seis de su muerte, merece que se le recuerde como lo que fue: un equilibrista del pensamiento que portó consigo la pértiga de una reflexión vacilante sobre el derecho y la moral mientras avanzaba sobre un alambre que negaba que supiéramos de antemano lo que es la justicia y el bien. Quizá por eso insistía una y otra vez en que la democracia se basaba sobre el imperio de la ley y la tolerancia, pues, parafraseando a Popper: «¿Qué cosa es la democracia sino un conjunto de reglas para solucionar los conflictos sin derramamiento de sangre?». Asumido esto qué más se puede pedir a los hombres, sobre todo después de haber visto cómo ardían los ideales de la razón en los fuegos del dogmatismo desatado en el siglo XX. Hace seis años se fue Bobbio y dejó en el aire una frase con la que bien podría haber envuelto su despedida: “La democracia es un procedimiento, no una sustancia. Un procedimiento al servicio de la virtud ejemplar: de ser capaces de dar lo mejor de nosotros y así fortalecer el espíritu público que sustenta la libertad”. Por eso con él se fue el último romano.
Categorías:In Memoriam
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