Texto: Mario Virgilio Montañez. Diario Sur. 28.11.2009.
Las imágenes de los periódicos la muestran ese día del brazo de Jaime Salinas, hijo del poeta Pedro Salinas y por entonces Director General del Libro, cubierta por un abrigo blanco de amplio vuelo en la jornada de aires revueltos y la mirada que combina emoción, curiosidad y desconcierto a partes iguales. Que nadie busque en esa imagen los oropeles y vanidades de la política, de los honores, de las escarapelas partidistas en las solapas, las alfombras rojas doblemente rojas. La mujer cansada pero llena de vida y de luz que ese día termina su exilio y llega al aeropuerto de Barajas ha pedido que no quiere autoridades, ringorrangos, martingalas, en ese momento tan deseado, tan soñado. Que esté ahí el Director General del Libro se debe a que es el hijo de Pedro Salinas, poeta querido y de amistad honda. Es el 20 de noviembre de 1984, hace veinticinco años. El día que María Zambrano regresó a España tras cuarenta y cinco años de ausencia. La pensadora veleña, seguramente la personalidad más brillante nacida en nuestra provincia en el siglo XX, volvía a su patria. Su figura, luminosa (todo lo que tenga relación con la luz se ajusta a su figura plena de claridad y amaneceres), cuando se cumplen los veinticinco años de su retorno, sigue dando lugar a estudios y análisis alrededor de su legado que cuida con ejemplar cuidado y cariño la Fundación María Zambrano en Vélez-Málaga.
El regreso de María Zambrano, su crónica, es la consecuencia, y la consumación, de un amor correspondido. Una sucesión de hechos en los años previos al retorno que constataron cómo su lugar de origen seguía siendo un lugar de referencia clave para Zambrano y cómo la filósofa era querida y cuidada por sus paisanos. Así, las hemerotecas muestran cómo ya en noviembre de 1981 la prensa proclamaba que Zambrano estaba «a punto de llegar a Vélez-Málaga», recogiendo que el Ayuntamiento veleño estaba dispuesto a conceder, con carácter vitalicio, una vivienda a la filósofa, a la vez que anunciaba a hacerse cargo de todos sus gastos. El diario SUR, en las mismas fechas, hablaba de que su legado podría instalarse en la casa de Cervantes en Vélez (finalmente sería en el palacio del marqués de Beniel, considerado el edificio histórico civil más importante de la localidad, mientras que la casa cervantina aloja hoy a la Escuela Oficial de Idiomas), y la Universidad de Málaga, con Cristóbal Cuevas como decano de Filosofía y Letras trabajaba ya para la concesión del doctorado Honoris Causa por la UMA y propuesto conjuntamente por la Diputación Provincial de Málaga, el Ayuntamiento de Vélez-Málaga y la Facultad de Filosofía y Letras. En ese momento, María lleva un año viviendo en Ginebra. Anteriormente su recorrido vital la ha llevado por América y Europa. Tras abandonar España el 28 de enero de 1939, en pleno derrumbe de la República (en esa misma fecha se rendía Menorca, y la víspera Francia había abierto la frontera para que mujeres y niños pudieran abandonar el país), su peregrinaje la llevó a París, Nueva York, La Habana, México, Puerto Rico, París nuevamente, La Habana otra vez, Roma, la cordillera francesa del Jura, Ferney-Voltaire en la frontera franco-suiza y finalmente Ginebra.
Con la salud progresivamente quebrantada a partir de 1977, María Zambrano, nacida en 1904 en la veleña calle Mendrugo, trabaja incansablemente, luchando con sus dificultades para leer y escribir, y rodeada por una fiel cohorte de amigos en Ginebra, entre los que destaca José Ángel Valente, va venciendo las dificultades cotidianas, pero las dificultades, cuando María ha ido perdiendo a su familia más directa, aconsejan la puesta en marcha de una operación rescate que acabe con un exilio que ya no tiene sentido. Málaga, con su Universidad y el Ayuntamiento de Vélez-Málaga a la cabeza, se ponen en marcha. Llega el momento de devolver toda la dignidad a la pensadora y concederle los honores, el honor, que le corresponden. Así, en ese crucial y esperanzador año 1981, se especula con la posibilidad de que opte al Premio Cervantes y le es concedido el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades, el Ayuntamiento de Vélez le dedica una calle y la declara Hija Predilecta del municipio y el 13 de junio Radio Nacional de España emite una entrevista que Ullán hace a Zambrano, que es anunciada por la prensa como «un SOS de auxilio y melancolía», en la que declara: «Es que es terrible volver al cabo de tanto tiempo. Yo siento la llamada. Yo quiero ir. Pero lo que no quiero es tirarme por la ventana. Hay algo que todavía se resiste (…). Que sea lo que Dios quiera». En 1979, en una entrevista periodística había formulado «que si el viento del exilio me empuja, acabaré yendo» a España. La salud deteriorada, que le impidió incluso recoger el Premio Príncipe de Asturias (lo hizo en su nombre José Ortega Spottorno, hijo de su maestro y amigo José Ortega y Gasset), se ha convertido en el factor determinante de los hechos que están por venir, además de ser un elemento angustioso que se cierne sobre todos los intervinientes.
La visibilidad de María Zambrano crece rápidamente. En 1982 adopta su nombre un instituto de bachillerato en Alcorcón, al que se referirá en una carta a Jesús Moreno Sanz el 2 de mayo: «Guárdame el secreto: es lo que más me mueve a ir, a dar alguna clase de filosofía [en el instituto], a morir, a irme muriendo así. Si encontrara lo paralelo indispensable en el vivir. A saber: una familia que me cuide (…) ¡Si Dios quisiera! Sola no puedo vivir en una casa (…)». Siguen produciéndose los acercamientos: la Universidad de Málaga publica el libro colectivo, coordinado por Juan Fernando Ortega Muñoz, “María Zambrano o la Metafísica recuperada”; el Colegio Mayor San Juan Evangelista, en Madrid, le dedica un ciclo de conferencias, y el 19 de diciembre se acuerda al fin la concesión del doctorado Honoris Causa en Málaga. 1983 será, en cambio, un año de declive: sus planes de regreso a España para residir en un convento de Valdepeñas son truncados por la artrosis, cataratas en ambos ojos y la anemia que se confabulan para que los médicos ginebrinos la desahucien «por acabamiento general de la vida». Pero sobrevive para asombro de los doctores, y en junio de 1984 un oftalmólogo de apellido Chanson (a ella le gustará el cariz poético del hecho) le devuelve la visión merced a una operación quirúrgica. A finales de se mismo mes, Jesús Moreno Sanz la visita para detallar los nuevos planes de su regreso: se descarta la opción de Galapagar y se decide que su destino será Madrid, calle de Antonio Maura 14, 4º B, muy cerca del Parque del Retiro.
El avión en el que viaja acompañada por su amigo Jesús Moreno Sanz, que el 18 había llegado a Ginebra para recogerla, llega a Madrid a las 14.55 en el vuelo 575 de Iberia, un avión Boeing que lleva, por casualidad y en un acto de justicia poética, el nombre de Andalucía. Sin esperar a que descendiera de la nave, a su encuentro fueron, con un ramo de rosas rojas, su sobrino José Tomero, primo hermano de la ensayista, y Jaime Salinas. A las tres y cinco finalmente pisó suelo español, y a bordo de una furgoneta fue conducida a la sala de autoridades. Sólo seis personas compusieron, por expresa voluntad, el comité de recepción: Tomero y su esposa, Salinas, Aurelio Torrente y sus amigos Javier Ruiz y Julia Castillo. Sus primeras palabras, ante el aluvión de periodistas, fue «Me siento feliz, éste es un momento feliz. Yo creía que no había faltado nunca de España. He estado siempre aquí». Dijo también sobre la España de ese momento que «es igual que la de ayer, mañana y pasado mañana. Todas son España». E insistió en que se encontraba feliz «¿es que no se puede decir que estoy feliz?». Ese día de felicidad se vería enturbiado por el asesinato, esa misma tarde, del dirigente abertzale Santiago Brouard, llenando la actualidad española de jornadas de tensión y amenazas. Tres días después del regreso de Zambrano se falló el Premio de las Letras Españolas, que muchos se aventuraban a adjudicar a Zambrano pero que fue, también con entera justicia, concedido al poeta catalán J. V. Foix. A Zambrano le aguardaría, en cambio, el Premio Cervantes en 1988. Antes, en 1988 será declarada Hija Predilecta de Andalucía, y en 2002, póstumamente, de la Provincia de Málaga.
Los últimos años, en los que no saldrá de Madrid, serán de febril escritura y de ordenación de su enorme legado intelectual. Apenas saldrá para algunos paseos, un recital de Amancio Prada, un concierto en el Teatro Real. Su casa pasará a ser su templo, que lo será tanto de la amistad como del saber. Entre los amigos que la frecuentan están el profesor Ortega Muñoz y el alcalde de Vélez-Málaga, Juan Gámez, que propician que en 1987 se constituya en la ciudad natal de la pensadora la Fundación María Zambrano que celebra sus primeras reuniones en el piso de Zambrano. En una silla de ruedas desde 1990, en cuyo mes de noviembre publica su último artículo, “Peligros de la paz”, morirá en el madrileño Hospital de la Princesa a mediodía del 6 de febrero de 1991 tras una serie de recaídas y recuperaciones. Al día siguiente será enterrada en Vélez Málaga, en una tumba con forma de casa y flanqueada por un limonero según pidió y con una inscripción sepulcral que ella escogió del “Cantar de los Cantares” y que puede resumir cuanto aquí se ha relatado: «Surge amica mia et veni». «Levántate, amiga mía, y ven».
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