El caso del escritor literario.

Texto: Andrés Ibañez. ABCD.es. 20.12.2009 – Número: 929.

Había una vez un hombre humano que caminaba a pie bajo unos árboles vegetales en los que pájaros ornitológicos cantaban emisiones sonoras producidas con los órganos de fonación de su aparato fonador. El hombre humano iba dirigiéndose hacia la dirección del destino al que iba con intención de llegar a aquel lugar que constituía la meta de su viaje. El hombre humano tenía la ocupación profesional de dedicarse laboralmente al ejercicio práctico del cultivo de la actividad de las letras literarias de la literatura: es decir, que era un escritor literario.

Ustedes se reirán, supongo, pero la cosa es muy seria. Porque aquel escritor literario no sólo era un escritor literario, sino que era además un escritor demasiado literario, por lo que le iba mal en su carrera. Toda esta historia sucede, como diría Alfred Jarry, en España, es decir, «en ningún sitio». Porque España es un país que no existe, como me propongo demostrar próximamente en otro de mis comunicados. De modo que el escritor literario era demasiado literario y por eso nadie quería publicar sus libros. ¿Por qué? Porque sus libros eran libros demasiado librescos. Porque sus sustantivos estaban sustantivados y sus adjetivos estaban adjetivados.

Una desgracia. Lo más curioso era que el fenómeno no se extendía a la totalidad de la realidad de aquel país que no era ningún sitio y no existía. Por ejemplo, los tomates eran hortalizas, la sal salaba, el agua era líquida, los autobuses eran vehículos y los niños eran menores de edad. Y no pasaba nada: los niños montaban en los autobuses, se ponía sal a los tomates. Todo normal. Pero entonces, ¿por qué se consideraba una anomalía que él fuera un escritor literario?

Si el agua es un líquido, si el tomate es una hortaliza, si los niños son menores de edad, si los cubos tienen seis caras y los triángulos tres lados, ¿por qué me acusan a mí de ser un escritor literario como si eso fuera una deshonra, o una desgracia, o un disparate? se decía el escritor literario. Pero en estos casos siempre hay un buen amigo que explica las cosas. Los escritores literarios ya no nos interesan, le explicaron al escritor literario con una de esas sonrisas muy tiernas y comprensivas que ponen los que van a asestar una puñalada mortal. Ahora sólo queremos escritores que no sean literarios. ¿Y los triángulos ya no tendrán tres lados? preguntó el escritor literario. No, no, le dijo el amigo con gesto bondadoso. No seas burro. Los triángulos tienen que tener tres lados, porque si no no serían triángulos.

Situación absurda. A partir de entonces, el escritor literario comienza a volverse loco. Intenta adaptarse a sus extraordinarias circunstancias. Por ejemplo dice: voy a escribir un poco. Se va a la cocina, coge dos huevos, los bate, pone aceite en la sartén y los echa allí con una pizca de sal. ¿Qué haces? le dice su mujer. Trabajo en mi novela. No, le dice su mujer, te estás haciendo una tortilla francesa. Ah, ¿sí? dice el escritor extrañado. Pero las rarezas no hacen sino aumentar. El escritor no comprende cómo un escritor puede escribir algo que no sea literatura. Antes, se dice el escritor, nos preocupábamos de escribir bien, y a veces escribíamos bien y muchas veces mal, pero siempre escribíamos, y lo que escribíamos, bueno, malo, convencional, original, raro, predecible, interesante, anónimo, brillante, era literatura. Antes había escritores geniales, buenos, malos, mediocres, horribles y nefastos. Pero ¿cómo puede haber un escritor que no escriba, es decir, que no escriba literatura, es decir, que no sea ni bueno, ni mediocre, ni malo, ni nefasto, ni original, ni convencional?

Estamos en el momento más negro de nuestra historia literaria reciente y no tan reciente. El momento en que a un escritor se le puede tachar no de ser farragoso, o de ser pedante, o aburrido, o chabacano, o de ser elitista, o de ser hermético, o de ser fácil, o de ser difícil, o de ser bueno, o de ser malo, sino, simplemente, brutalmente, de ser, precisamente, un escritor. Hay quien dirá que esta es una «situación mundial». Pero no lo es. Es un problema local. Es un problema de España. Porque sólo en España puede plantearse una situación tan absurda. Sólo en España es posible creer que la literatura ha desaparecido y ya no interesa a nadie. ¿Y los lectores? ¿Y las moscas? ¿Y el aire? ¿Y el deseo sexual? ¿Todo desaparecerá? ¿Desaparecerán también los colores, las sensaciones, la vida, la muerte? ¡Qué absurdo tan grande!



Categorías:Artículos

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3 respuestas

  1. Un escrito muy divertido de un escritor… literario, afirmo. Amparada por el anonimato me atrevería a decir que, en mi modesta opinión, los escritores y, me duele decir,aún más las escritoras,de mi querido país de adopción se toman demasiado en serio. ¿Quizá debido a un largo periodo de oscurantismo intelectual? Un poco de la ligereza desplegada en este escrito le daría otro vuelo a la literatura española.
    Un saludo

  2. ¡Jaaaaaaaaaaa! Me divertí mucho leyendo este texto. Sobre todo porque odio a los escritores (no necesariamente lo que escriben).
    Abrazos,
    Y.

  3. Cuantas cosas creemos que desaparecerán, pero el hombre no puede influir en el libre albedrío. Lo intenta hace siglos y fracasa.

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