Lo que sé de los Vampiros (y III).

Desde que en 1897 la más célebre creación de Bram Stoker echara a volar -y a morder-, mucho han cambiado los vampiros, convertidos hoy en adolescentes eternos y ambiguos, chicos malos o inadaptados rebeldes sin causa. Así es la imagen que de ellos transmiten en la actualidad los libros, el cine y la televisión.

A capa y estaca. Texto: Rodrigo Fresán. ABCD.es. 10/01/2009 – número: 885

A la hora de los dos grandes iconos del terror, al monstruo de Frankenstein cuesta ponerlo en marcha, pero una vez arrancado se las arregla solo y sin problemas y goza de la potencia del conejito de Duracell; mientras que el conde Drácula en particular (y los vampiros en general) crecen como hongos, sí, pero su mantenimiento es complicado y su manual de uso desborda cláusulas y letra pequeña.

El engendro-puzle electrificado por el científico alemán no admite demasiadas novedades, mientras que el espécimen vampírico puede perderse y encontrarse en variaciones que van de lo rara vez sublime, pasando por lo más o menos ocurrente, para, por lo general, morir bajo el sol del absurdo. Y es que la virtud -y el pecado- del vampiro es que alguna vez fue un ser humano y que, de pronto, inmortal, tiene todo el tiempo del mundo amparado por la advertencia de Abraham Van Helsing: «La fuerza del vampiro reside en que no creemos en él».

Pero creemos. Y mucho.

De ahí, incontables aberraciones cinematográficas y novelescas. Y tan solo un puñado de hitos tras el hit de Bram Stoker en 1897, que funcionó como ordenación argumental de lo que hasta entonces era un caos de mitologías antiguas y folclore tembloroso enaltecido por algún texto fundacional, como las estampas de Lord Byron y su secretario, Polidori; el vourdalak del conde Alexis Tolstoy; el Varney de Rymer o la Carmilla de Le Fanu.

Drácula consigue lo que muy pocas grandes obras han conseguido: beber la sangre del pasado del mito y aletear hacia un futuro que, desde el aquí y el ahora, parece infinito. No hay vampiro posterior que no le deba y le agradezca algo al gran conde transilvano. Ya sea esa suerte de historia de la vida privada vampiresca en los demasiados libros de Anne Rice o las piruetas de Buffy (y numerosos cazadores de vampiros) o el mestizo Blade, están siempre marcadas por un complejo entramado de leyes y cláusulas -agua bendita, amaneceres, ajos, cabezas cortadas, cambios de forma, crucifijos, plata – a respetar o romper sin jamás perder de vista el modelo, arquetipo y paradigma de rostro cambiante pero sed inalterable.

Bateman y Lecter. Así, no importan los cambios fisionómicos. El lívido Max Schrek en «Nosferatu«, de Murnau; el untuoso Bela Lugosi, el feroz y sexy Christopher Lee, el black power de «Blácula» o el absurdo peinado de Gary Oldman. Y hasta podría afirmarse que el american psycho Patrick Bateman y Hannibal Lecter son Homo-Dráculas. En cualquier caso, todos tienen el mismo y universal tipo de sangre. Lo que nos trae hasta estas noches de «Crepúsculo» y «True Blood«.

Múltiples secuelas. Y unos y otros son, apenas, la punta del iceberg y del colmillo de un mito multifuncional que regresó con fuerza en la débil “La historiadora”, de Elizabeth Kostova, hace unos años, y volverá -uno de los éxitos de la última Feria del Libro de Fráncfort- con una trilogía virósico/vampiresca de Guillermo del Toro. Porque los vampiros dan para todo, Drácula hace flamear su capa en múltiples secuelas (donde suele encontrarse con “Sherlock Holmes” y “Jack el Destripador”; contraer matrimonio con la reina Victoria, como propone Kim Newman en su “Anno Drácula”; o contar su versión del asunto como en la ocurrente “The Drácula Tapes”, de P. N. Elrod); pero lo que se mantiene es un mismo sentimiento: la fascinación y el temor que nos produce aquello que viene de afuera.

De este modo, las grandes novelas de la especie no han hecho más que mirar fijo a los ojos esa idea. “Salem´s Lot”, de Stephen King (donde los vampiros convierten el pueblo chico en infierno grande); “Soy leyenda”, de Richard Matheson (donde el hombre es el «monstruo» solitario y los vampiros, mayoría); “El tapiz del vampiro”, de Suzy McKee Charnas (donde el vampiro es un darwiniano depredador rey); “Entrevista con el vampiro”, de Anne Rice (donde se nos cuenta la compleja y secreta sociedad del vampiro), o “Déjame entrar”, del sueco John Ajvide Lindqvist (donde niña vampiro y enamorado pedófilo vagan por la proletaria Estocolmo), vuelven una y otra vez sobre lo mismo. Lo de antes: la atracción de lo distinto –Salma Hayek ondulando su cuerpo de vampiro azteca o Brad Pitt mostrando los dientes – y los encantos de sucumbir a la tentación de ser otro sin por eso dejar de ser uno mismo.

En tres palabras: volver a empezar. Por eso -según figura en la Ley Stoker- los vampiros no puede entrar en nuestra casa a mordernos a no ser que los invitemos nosotros. Por eso también -desde el principio de los tiempos y por toda la eternidad, desde “El pequeño vampiro” hasta el grandilocuente Lestat – no hemos dejado ni dejaremos de abrirles la puerta.

Pasen y beban.

En Algún Día: Lo que sé de los Vampiros (I).Lo que sé de los Vampiros (II).Lo que sé de los Vampiros (y III).

En Alguna parte: Vampiros en el Cine y en Serie.│Acerca de los vampiros.│Vampiros como nosotros.

 



Categorías:Artículos

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4 respuestas

  1. Magnífica serie vampírica. Toda una referencia antológica.

  2. hoola me parecio muii buena la informacion
    ademas de ayudo un monton todo un colegio
    utilizo esta pag. para sakr info sobre vampiros.
    k-pos los feelicito x su trabajo!!

  3. me parecio re bn la info los re felicito..

Trackbacks

  1. Unos cuantos links. « Historiassobrevampiros's Blog

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