Historia de un deicida.

Vargas Llosa sostiene que escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios.

 

José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 13.02.2009.

 

En 1975 leí un libro que a menudo sigo consultando y que me resulta una de las obras más curiosas e interesantes de Mario Vargas Llosa. El libro en cuestión es un ensayo titulado “García Márquez: historia de un deicidio, en el cual el autor examina minuciosamente la novela «Cien años de soledad» y nos remite a la vida del autor para comprender mejor su fantástico contenido. Una de las cuestiones que resalta en el libro, publicado en 1971 por Barral Editores, es la suplantación de Dios por parte del escritor. Vargas Llosa sostiene que escribir novelas es un acto de rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la realidad. Afirma que es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad real y de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. El escritor es un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida y el mundo tal como son o como cree que son. La raíz de su vocación es un sentimiento de insatisfacción contra la vida. Cada novela es un deicidio secreto, un asesinato simbólico de la realidad.

 

Vargas Llosa confiesa que no es fácil detectar el origen de la vocación de un novelista, el momento de la ruptura. Y no lo es porque, en la mayoría de los casos, la ruptura no es el resultado de un hecho único, la tragedia de un instante, sino un lento, solapado proceso, el balance de una compleja suma de experiencias negativas de la realidad. En todo caso, la única manera de averiguar el origen de esa vocación es un riguroso enfrentamiento de la vida y la obra: la revelación está en los puntos en que ambas se confunden. El por qué escribe un novelista está visceralmente mezclado con el sobre qué escribe: los demonios de su vida son los demonios de su obra. Los demonios: hechos, personas, sueños, mitos, cuya presencia o cuya ausencia, cuya vida o cuya muerte lo enemistaron con la realidad, se grabaron con fuego en su memoria y atormentaron su espíritu, se convirtieron en los materiales de su empresa de reedificación de la realidad, y a los que tratará simultáneamente de recuperar y exorcizar, con las palabras y la fantasía, en el ejercicio de esa vocación que nació y se nutre de ellos. El proceso de la creación narrativa -apunta Vargas Llosa- es la transformación del “demonio” en “tema”, el proceso mediante el cual unos contenidos subjetivos se convierten, gracias al lenguaje, en elementos objetivos, la mudanza de una experiencia individual en una experiencia universal.

 

La historia de un novelista, según Roland Barthes, es la historia de un tema y sus variaciones: aunque tal afirmación es discutible para autores como Tolstoi, Dickens o Balzac, la fórmula es válida para aquellos que, como Kafka o Dostoievski, parecen haber escrito toda su obra azuzados por una idea fija. Es el caso de García Márquez. Esta voluntad unificadora, es la de edificar una realidad cerrada, un mundo autónomo, cuyas constantes proceden esencialmente del mundo de la infancia. La niñez de García Márquez, su familia, Aracataca, constituyen el núcleo de experiencias más decisivas para su vocación: estos ‘demonios’ han sido su fuente primordial, a los que otros han venido a enriquecer, matizar, pero nunca a sustituir. García Márquez exageraba, según Vargas Llosa, cuando declaró «que todo lo que ha escrito hasta ahora lo conocía ya o lo había oído antes de los ocho años» y que desde la muerte de su abuelo «no me ha pasado nada interesante». En cambio, no exagera cuando afirma: «Yo no podría escribir una historia que no sea basada exclusivamente en experiencias personales». García Márquez se consagrará a demostrar, mediante el ejercicio de una vocación deicida, lo que sus personajes de “Cien años de soledad”, Aureliano y Amaranta Úrsula descubren en un momento de sus vidas: «Que las obsesiones dominantes prevalecen contra la muerte». La elección de esa vocación de suplantador de Dios hará posible que, algún día, todas y cada una de las derrotas que haya sufrido por obra de la realidad se convierta en victoria sobre esa misma realidad. Él también, algún día, podrá decir como el narrador de “Para una tumba sin nombre” de Juan Carlos Onetti: «Al terminar de escribirla me sentí en paz, seguro de haber logrado lo más importante que puede esperarse de esta clase de tareas: Había aceptado un desafío, había convertido en victoria por lo menos una de las derrotas cotidianas».

 

El episodio que hizo al escritor Gabriel García Márquez romper con la realidad y crear su propio mundo, fue a raíz de una visita con su madre a Aracataca para vender la casa familiar; «una casa que estaba llena de muertos». Entonces el adolescente de 15 años descubrió que todo estaba exactamente igual pero un poco traspuesto. Las calles que recordaba anchas se habían vuelto pequeñas y estrechas; la casa estaba carcomida por el tiempo y la pobreza; los muebles más viejos; y el lugar era inhóspito, polvoriento y caluroso. «Entonces, mi madre y yo, atravesamos el pueblo como quien atraviesa un pueblo fantasma: no había un alma en la calle; y estaba absolutamente convencido de que mi madre estaba sufriendo lo mismo que sufría yo de ver cómo había pasado el tiempo por ese pueblo. Y llegamos a una pequeña botica, que había en una esquina, en la que había una señora cosiendo; mi madre entró y se acercó a esta señora y le dijo: ¿Cómo está, comadre? Ella levantó la vista y se abrazaron y lloraron durante media hora. No se dijeron una sola palabra sino que lloraron durante media hora. En ese momento me surgió la idea de contar por escrito todo el pasado de aquel episodio». La venganza de García Márquez consistió en destruir la realidad y reconstruirla con palabras, a partir de esos escombros a que había quedado reducida su infancia. Entonces nació el deicida.

 



Categorías:Artículos

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1 respuesta

  1. Es interesante este libro y llevo unos cuantos meses buscándo sin éxito ne varias librerías, pero cuánto más leo sobre él, más necesidad tengo de encontrarlo.

    Un saludo .

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